jueves, 15 de octubre de 2009

MIRA LA MAR.



Trescientos barcos fondeados, decenas acercándose y alejándose en la ilusión del comercio, naves pesadas, ligeras, cargadas, naves de pesca, tripulaciones de mar, de mediterráneo, de sol a sol. Mira la mar desde su atalaya en el puerto, esa que tantas veces le sirvió para ver llegar el barco de su padre, la misma que desde su altura le ayudó a distinguir la silueta de su barco entre decenas acercándose y alejándose. Como no reconocer el barco que su padre talló para él en un viejo tronco que el mar llevo mil veces de costa a costa, el mismo pequeño barco que sujetaba entre sus rodillas y que es una réplica del sueño de su padre, de su barco.
Su padre siempre le contaba historias de grandes bestias marinas, de gigantescas olas, de trabajo duro, de compañerismo y de risas, su padre vivía aventuras cada día y a él se las contaba antes de irse a dormir, las soñaba mientras se las contaba. Aún recordaba las palabras de su padre hace dos días, antes de marcharse a su última aventura, fue temprano a su cama y le despertó con un beso.
-Me marcho ya –dijo su padre– en el próximo viaje te vas a venir conmigo, pescaremos y llevaremos mercancías a la costa de África.
-¿De verdad me llevarás contigo?
-Sí, ya tienes edad de vivir aventuras.
Pasaron largos los días, las semanas, y ninguna nave igual a la que sujetaba entre sus piernas desembarcó en Al Mariyyat, ni ese año el novecientos sesenta y cinco del calendario cristiano ni el siguiente, el trescientos cincuenta y cuatro de su calendario, el musulmán.
Aquilino Duque.

2 comentarios:

  1. Es para verla, pero bien acompañado, asi se disfruta más.

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  2. bonita historia, corta y triste. pero bonita y bien contada.

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