jueves, 29 de abril de 2010

Volver a saltar.

Quiero confesar que he tenido una recaida, no pude evitarlo. Fue llegar al río Robledillo y ponerme a saltar de orilla en orilla, de piedra en piedra. Disfrutando.

jueves, 15 de abril de 2010

JUEGA.


Solo vivo cuando soy un delincuente, cuando me salto las normas, cuando le doy un pellizco a mi historia, esa que se escribe tras el fugaz momento que pasa, cuando vivo al otro lado, ese en el que estás tú. Es fácil dejarse llevar por el monótono ritmo de nuestra existencia, sin soñar y sin ilusiones, pero mañana debemos recordar el hoy, porque sino, hoy no habrá existido.

Salta la valla, roba una hora a tu vida, un minuto, dos, atrácala sin previo aviso, despójala de lo cotidiano y sube a las nubes, a ver el mundo desde otra perspectiva, secuéstrame o deja que yo lo haga, pero salta, salta la valla que separa lo cotidiano de lo inolvidable.

Roba, o deja que yo robe, no es pecado, es solo pasión, coge lo que quieras porque es tuyo y déjame coger lo que yo pueda mientras paro mi historia, mientras la reescribo para hacerla extraordinaria, mientras olvido el continuo pasar del tiempo ordinario.

Juega que yo juego, porque nos hace humanos. Es lo primero que aprendemos al nacer, es lo último que hacemos al morir, recordar lo jugado, lo ganado a la vida, aquello que nos emociona y nos hace sentir cosquilleo, aquello que nos pone los pelos de punta y nos transporta a otro mundo, el de la realidad soñada antes.

martes, 13 de abril de 2010

Una mujer, cien, doscientas ...

Un gallo anónimo canta la alborada desde el corral más lejano de la villa, está oscuro pero se pinta una delgada línea de luz en el perfil del oriente. Relinchan caballos y ruedas de carros hacia el oeste, voces de hombres, ruido de tropas, hay alguna escaramuza hacia el camino que lleva a Andújar; no amanece el día diecinueve de julio de mil ochocientos ocho, se resiste la amanecida en una calma tensa, la calma que prepara el combate, Bailén no duerme, los hombres marchan a unirse a su ejército, la mayoría saben que van a morir, nunca nadie ha vencido a las tropas napoleónicas en batalla campal.
Con la luz y con las sombras se disparan los cañones, corren los caballos, suenan disparos de fusiles, ya no hay calma, hay prisas por tomar posiciones, el nervio de los batallones por mantener la disciplina, premura en las gentes del pueblo por un lugar donde observar la batalla que se cierne en la campiña.
Despunta el sol y arrecian los cañonazos, hacia ambos lados, los objetivos se hacen visibles y anima a los artilleros el poder apuntar al enemigo, los soldados gritan, mueren, matan, las mujeres se muestran inquietas a las afueras de la villa, quieren participar, quieren ayudar iluminadas por un sol implacable que asciende para mostrar el verano, es temprano y hace calor, beben agua, las mujeres hacen corrillos, se dispersan y se van, se van al pueblo, continua la batalla sin ellas observando.
No pasa el tiempo y aparece una serpiente, una interminable serpiente de mujeres con cántaros de agua, con comida, a la batalla, a luchar aprovisionando de agua fresca a los soldados, a sus maridos, a sus hijos, a sus hermanos. Se reparten por el campo donde arrecia la contienda, donde se espesa el olor a pólvora y el humo hace invisible las líneas, las propias y las enemigas.
La visión cercana de la guerra es todo menos idílica, sudor, sangre, vísceras, gritos desgarrados, muertos, heridos, las mujeres se afanan en ir repartiendo agua con cántaros y jarrillos, el calor se hace insoportable a estas horas de la mañana y un trago de agua fresca reanima para seguir combatiendo.
El general Castaños desde su puesto de mando se da cuenta de la participación de las mujeres de Bailén en la batalla y envía a decirles que traigan agua también para refrescar la artillería, los cañones no pueden tener un ritmo alto de disparo con el calor y enfriándolos con agua pueden disparar con más frecuencia que la artillería francesa.
Las mujeres intuyen rápidamente que su ayuda es esencial para ganar la contienda y se afanan aún más en la tarea, sin ningún temor a las balas gabachas que rompen cántaros y huesos con idéntica facilidad. Elena González, María Bellido, Pilar Garrido, Almudena Molina, cientos de mujeres que ya no solo traen agua, ya curan heridos, ayudan con la artillería sustituyendo a los caídos, mueren, viven de milagro, pero continúan sin siquiera mirar al enemigo, ignorándolo, sabiendo de antemano que ellas ganan esta batalla, que hoy los franceses se van a rendir ante la valentía y el coraje de un puñado de mujeres de Bailén.