lunes, 17 de mayo de 2010

Una sonrisa sincera.




Nunca supo quién la besó, fue inesperado y espontáneo, como un soplo de aire, como un sorbito dulce, como una estrella fugaz en el oscuro cielo. Tan solo escuchó el ritmo de unos labios dulces acariciando los suyos con la magia del tiempo detenido, el instante, la eternidad. Nunca pudo olvidar ese beso y han pasado ya cien años desde la noche anterior, la noche que no quería asistir a la fiesta de sus amigas, no quería ir porque no se divertía en ellas, se sentía mejor a solas, con sus sueños y sus ilusiones, con sus libros y su música.
Eran risas y otra música lo que percibía a su alrededor, diversión, amigos y desconocidos bailando y pasándolo bien. De su boca salía entonces una forzada sonrisa para ser como los demás, para estar dentro sintiéndose fuera, sus labios alegres estaban en la fiesta, su mente cabalgaba entre cielos de luz, entre mares de amores, entre sueños despiertos.
El sueño la volvió a la fiesta, unas palabras amables descabalgaron su mente y sus labios alegres sonrieron esta vez sinceros. La invitaban a una copa que ella no pudo rechazar -¿Cómo rechazar volver a escuchar la voz que acababa de traerla a una fiesta en la que no se divertía?-. Se marchó, casi podía verlo marchar para no volver, casi podía verlo regresar sin apenas haberse ido, regresó con dos copas y una botella que delicadamente puso sobre la mesa.
-¿Qué traes? ¿Qué vamos a tomar?
-Vino, déjame invitarte a una copa de vino.
-Nunca lo he probado, solo acostumbro a beber refrescos, nunca tomo alcohol.
-Sí, hoy sí, hoy necesitas cambiar tu sonrisa forzada por una sonrisa sincera, tus labios desean sentir el cosquilleo de un beso y si el vino no te gusta yo mismo te haré sentir esa sensación con mis labios.
-Quizá te engañe entonces, puedo mentirte entonces para conseguir un beso.
-No lo harás, tu sonrisa ahora es sincera.
La copa en su mano fue golpeada por otra copa, tomó un pequeño sorbo y se sorprendió así misma apreciando un nuevo sabor, intentando adivinar e identificar los pequeños matices que estimulaban sus sentidos.
Cambió la música y sus manos se vieron apretadas con fuerza, la invitaban a levantarse, la arrastraban sin siquiera saber dónde iba.
-No sé bailar.
-Sí, hoy sí sabes bailar –dijo él-. Solo bailando puedo conseguir robarte un beso. No sería justo que te lo pidiera sin conocernos, y creo que al compás de esta música puedo robártelo.
Tan solo unos pasos adelante y sintió unos brazos rodear su cuerpo, nunca había sentido nada parecido, su cuerpo unido a otro cuerpo y bailando al compás de una música que ahora le encantaba. Flotaba, soñaba con los ojos abiertos, imaginaba con los ojos cerrados, sus dedos habían leído cientos de historias semejantes, historias que para ella eran solo ficción, historias románticas a la luz de la luna, o con velas, en la playa, en un bonito salón, danzando.
-¿Cómo te llamas? –preguntó.
-¿Qué importa? Prefiero no decírtelo y tampoco quiero saber cómo te llamas tú.
Le notó acercarse más, pero no esperaba esa caricia, la de unos labios en los suyos, una caricia tímida en el primer momento, una caricia larga y pasional con el solo paso de unos segundos, un solo beso, un roce de labios con el tiempo detenido en una canción, en una danza de dos al mismo son.
En unos minutos recorrió el mundo volando, flotando en las nubes, en un globo, corriendo descalza, nadando desnuda, la música en sus brazos siguiendo unos pasos, la música transportándola en sueños. Nunca antes había tenido sentimientos parecidos, nunca antes se había visto la cara con semejante torbellino de sensaciones.
No escuchó terminar la pieza que bailaban, desapareció la música fundiéndose en otra, desapareció la magia del bello instante. Soltaron sus manos y casi le vio marcharse, sin decirle su nombre, ni siquiera pudo ver quién era, solo escucharle, solo su beso, solo sentir sus labios guardados ya para siempre en ese rincón de la memoria donde guardamos lo inolvidable.
Volvió para sentarse, para pensar lo ocurrido, volvió a probar el vino para asegurarse la realidad, para ver que no era un sueño. Repitió en su cabeza la canción y se sintió bailando de nuevo, oliendo su cercanía, moviéndose lento al compás, seguía soñando como siempre había hecho. Solo el vino y la música en su memoria le decían que era real, que la habían besado, que había bailado con él.
Pasaron cien años hasta el día siguiente, el sol que ayer se fue anónimo hoy regresó conocido, con la cara del mejor amigo, con el semblante iluminado e iluminando. Su luz la despertó, volvió del sueño bailando en sus brazos, besando sus labios, despertó donde acabó la noche anterior, danzándole a la vida.
Podría llamar ahora a sus amigas y preguntarles quién la invitó a una copa de vino la pasada noche, quién bailó con ella, quién la besó, quién le habló. No le pudo ver, nunca en su vida pudo ver a nadie, nunca vio un rostro, ni un color, ni una mirada, desde que vino al mundo solo podía ver en sus sueños, dormidos y despiertos.
No llamó a sus amigas, no necesitaba saber quién fue, volvería a sentir esos labios en los suyos, estaba segura de ello y la sonrisa que ahora se dibujaba en su cara era sincera.

1 comentario:

  1. Sonrisa sincera, compañía que te hace soñar, vivir cosas nuevas o hacerlas nuevas al sentirlas profundamente. No llamar a sus amigas, no necesitar saber quien fue.... Manteniendo la ilusión de volver a vivir el momento que le marco en su cara esa sonrisa sincera. Me ha encantado Aquilino, es una delicia mojarse en tu espacio. Buenas noches

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