martes, 13 de abril de 2010

Una mujer, cien, doscientas ...

Un gallo anónimo canta la alborada desde el corral más lejano de la villa, está oscuro pero se pinta una delgada línea de luz en el perfil del oriente. Relinchan caballos y ruedas de carros hacia el oeste, voces de hombres, ruido de tropas, hay alguna escaramuza hacia el camino que lleva a Andújar; no amanece el día diecinueve de julio de mil ochocientos ocho, se resiste la amanecida en una calma tensa, la calma que prepara el combate, Bailén no duerme, los hombres marchan a unirse a su ejército, la mayoría saben que van a morir, nunca nadie ha vencido a las tropas napoleónicas en batalla campal.
Con la luz y con las sombras se disparan los cañones, corren los caballos, suenan disparos de fusiles, ya no hay calma, hay prisas por tomar posiciones, el nervio de los batallones por mantener la disciplina, premura en las gentes del pueblo por un lugar donde observar la batalla que se cierne en la campiña.
Despunta el sol y arrecian los cañonazos, hacia ambos lados, los objetivos se hacen visibles y anima a los artilleros el poder apuntar al enemigo, los soldados gritan, mueren, matan, las mujeres se muestran inquietas a las afueras de la villa, quieren participar, quieren ayudar iluminadas por un sol implacable que asciende para mostrar el verano, es temprano y hace calor, beben agua, las mujeres hacen corrillos, se dispersan y se van, se van al pueblo, continua la batalla sin ellas observando.
No pasa el tiempo y aparece una serpiente, una interminable serpiente de mujeres con cántaros de agua, con comida, a la batalla, a luchar aprovisionando de agua fresca a los soldados, a sus maridos, a sus hijos, a sus hermanos. Se reparten por el campo donde arrecia la contienda, donde se espesa el olor a pólvora y el humo hace invisible las líneas, las propias y las enemigas.
La visión cercana de la guerra es todo menos idílica, sudor, sangre, vísceras, gritos desgarrados, muertos, heridos, las mujeres se afanan en ir repartiendo agua con cántaros y jarrillos, el calor se hace insoportable a estas horas de la mañana y un trago de agua fresca reanima para seguir combatiendo.
El general Castaños desde su puesto de mando se da cuenta de la participación de las mujeres de Bailén en la batalla y envía a decirles que traigan agua también para refrescar la artillería, los cañones no pueden tener un ritmo alto de disparo con el calor y enfriándolos con agua pueden disparar con más frecuencia que la artillería francesa.
Las mujeres intuyen rápidamente que su ayuda es esencial para ganar la contienda y se afanan aún más en la tarea, sin ningún temor a las balas gabachas que rompen cántaros y huesos con idéntica facilidad. Elena González, María Bellido, Pilar Garrido, Almudena Molina, cientos de mujeres que ya no solo traen agua, ya curan heridos, ayudan con la artillería sustituyendo a los caídos, mueren, viven de milagro, pero continúan sin siquiera mirar al enemigo, ignorándolo, sabiendo de antemano que ellas ganan esta batalla, que hoy los franceses se van a rendir ante la valentía y el coraje de un puñado de mujeres de Bailén.

3 comentarios:

  1. Estremecedor relato desde otro punto de vista de mujeres que estaban, sin estar en la historia. Gracias por tu "homenaje" a esas mujeres sin nombre.

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  2. Gracias por la historia y por el recuerdo.
    Fdo. una mujer de Bailén.

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  3. Soy de Bailén, y leyendo este cortito relato me erizaste el bello, gracias Aquilino, me vi entre una de ellas

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