En estos tiempos tan nacionalistas y patrióticos, de exaltación exagerada de nuestras raíces y de nuestros maravillosos genes “únicos”, los de la tierra en que nos tocó nacer, yo quiero convertirme.
Quiero ser argentino para emocionarme por un verso, quiero ser francés o italiano para enamorar con mi voz y mi acento, quiero ser cubano para aprender a disfrutar la vida, quiero ser ruso para ser práctico, quiero ser etíope o sudanés o angoleño para tener la sabiduría ancestral del origen humano, quiero ser árabe para cultivar la amabilidad o la amistad, quiero ser chino para esforzarme y japonés para sacar rendimiento a mi esfuerzo. Quiero ser estadounidense para ser voluntarioso, quiero ser brasileño para bailar, quiero ser ingles para tomar el té y a la hora del concierto de rock, quiero ser tailandés, australiano, chileno…
Quiero ser español, manchego, andaluz, vasco, catalán, leones de la montaña o valenciano de la misma albufera, quiero un poco de aquí y de allá.
Aunque si lo piensas bien, todas estas cosillas las encontraremos en nuestro propio barrio, todas juntas y todas separadas, está en nuestros genes humanos “únicos”.
¡Que nuestra tierra es muy redonda y muy grande! ¡coño!
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